Os dejamos con el relato ganador del Concurso Festes Mare de Déu de Gràcia que otorgamos a Xim Todo, que recibió el lote de productos menorquines de la mano de nuestra Directora Comercial, Kerry Phillips.
Vivir la fiesta desde la ventanilla
Las fiestas patronales de Menorca son dignas de considerarse una obra de arte de la organización, devoción y cultura popular viva. El caballo menorquín y sus complementos, desprende un aroma que inunda las calles de cada pueblo y que hace que los vecinos abran sus puertas a visitantes y entre todos se establezca una sinergia festiva.
La gran ventaja que tenemos es que la fiesta es para todas las edades: desde los más pequeños de la casa, hasta aquellos que no salen de la “plaza del jaleo” una vez finalizada la última nota de las “cañas”. Para un geganter como yo, joven y con ganas de fiesta, es un gusto bailar en tu pueblo. Empezar el día del pregón dando el inicio a las fiestas y no parar hasta que los fuegos se funden en el oscuro cielo, merece darse a conocer a todos aquellos que no saben que hay detrás de un gigante.
Las fiestas empiezan los días antes al pregón, cuando trasladamos los gigantes que aparecerán en los actos festivos de nuestras fiestas al Ayuntamiento. Los turistas alucinan con tales esculturas y sus rostros son fotografiados con gran expectación hasta el punto en que algún turista nos pide donde puede conseguir “uno de estos”.
El día del pregón, antes del inicio del mismo, las comparsas de geganters con sus gigantes llegados de diferentes pueblos de la Isla, avisan a los más pequeños de que la fiesta ya ha empezado y que por delante les esperan dos días muy intensos.
La siguiente salida se lleva a cabo es dissabte de sa festa. Este es el día en el que casi ninguna calle de Mahón se queda sin fiesta puesto que los gigantes partiendo del Ayuntamiento a primera hora de la tarde, realizan un recorrido de más de cuatro horas y media por la ciudad.
Desde dentro de un gigante los rostros que percibes del exterior son dignos de ser almacenados en la memoria: los niños asustados por la presencia de un ser tan grande y tan cerca, los turistas que miran con asombro y los ancianos que ven como la fiesta nunca les falla.
Ser geganter es mantenerte en tu niñez al menos el tiempo que estas debajo el gigante disfrutando y divirtiendo a los que están fuera de él. Espero que esta sensación podamos seguir viviéndola por lo menos 125 años más.