No soy de los que desnuda su alma con facilidad, de los que hacen de los demás sus problemas, sus inquietudes, sus necesidades… Más bien lo engullo todo para mis adentros. Pero hoy me he visto inspirado, con ganas de compartir una experiencia, que sin pretender ser mejor ni peor, creo puede servirle a más de uno.
Ya hará unos siete años cuando un buen día me levanté, me enfunde mi sudadera xxxl y dije basta, basta de que con mis 24 años debía llevar encima la estratosférica cifra de 124 kg de peso. ¿Pero que había pasado!? El desorden alimentario, la falta de tiempo y la dejadez habían ido en aumento, y el resultado era demasiado palpable. ¡Me había comido a mi hermano gemelo!
Entonces, ¿que pasó? Pues lo dicho, dije que hasta aquí había llegado. Me propuse cambiar pero no a base de dietas, imposiciones ni mucho menos medicamentos o cirugías. A mi manera, con el apoyo de mi santa mujer y de los míos.
Empecé por imponerme unos horarios lógicos de comidas (antes era capaz de comer a las tres de la tarde un bocata de beicon con queso dentro del coche, a cenar a medianoche un triple sándwich de jamón y queso), una dieta variada, un control de cantidades y la práctica de ejercicio, de cada vez mas ejercicio. Fue toda una liberación. El salir a correr, cuando aun no existía la moda del running, se convirtió en una explosión de sentimientos, de paz y de disfrute. Era ponerme los cascos y las bambas y dejarme llevar.
Poco a poco los resultados fueron llegando y después de diez meses, habiendo pasado por todas las fases que supone este proceso, llegué a situarme en los ochenta y cuatro quilos, habiendo perdido cuarenta por el camino. ¡Fue una pasada! Me sentía nuevo. Pocos se podían creer un «método» tan natural como el mío, sin renunciar a las cervezas del fin de semana, las salidas de tapeo o incluso las pizzas del sábado noche.
Hoy en día, lo que en su momento fue un método se ha convertido en mi forma de vida. Lo único que he cambiado es mi banda sonora porque en lugar de correr por Vía Ronda y el Puerto de Mahón escuchando “Viva la Vida” de Cold Play, lo hago por las aceras y parques de Mahón, persiguiendo a mis dos queridos hijos bajo las entrañables melodías de Pinyeta Pinyol o Mac Mec Mic,. Una bendición.
Mi aprendizaje, si se quiere, se puede. Tenemos la gran virtud de poder escoger. ¡Ánimos a quien se lo proponga!
Jose Pons