Hoy nos gustaría compartir una de esas historias entrañables que a menudo nos encontramos en nuestra relación habitual con clientes. Se trata de la experiencia de Carme, a la que hemos ayudado a vender su casa de campo y le hemos encontrado una casa de pueblo. Hace más de 30 años vivía en Catalunya pero decidió vender su empresa y venir a vivir a Menorca. La Isla le parecía el lugar ideal para poder criar a sus dos hijos.
Desde siempre había querido vivir en contacto directo con la naturaleza. Compraron en su momento una casa de campo aislada. Les gustaba la tranquilidad, el silencio y la lejanía del mundanal ruido de los núcleos urbanos; era algo positivo para la convivencia familiar. Se desplazaban siempre en coche para trabajar, realizar las compras o para llevar a los niños al colegio así como para sus actividades extraescolares.
Con el paso del tiempo, estas necesidades fueron cambiando y todo aquello que antes veía como negativo del centro de la ciudad, se convirtió en una ventaja: murmullo de vecinos que ahora la acompañan, caras conocidas que se encuentra al salir de casa y poder saludar, una parada de taxis por si lo necesitase y por supuesto, poder ir andando a comprar. “Cuando ves los 70 años a la vuelta de la esquina te planteas este tipo de cuestiones. Aún estás con la fuerza necesaria para afrontar cerrar una casa grande, con muchos objetos en el baúl de los recuerdos. En definitiva, eres aún suficientemente joven como para llevar a cabo un traslado y hacer que el nuevo proyecto te ilusione. Es bonito crear tu nueva casa con alguna reforma y decorar de nuevo tu hogar”, nos explica Carme con la sonrisa iluminada.
Ahora vive en el mismo municipio, en Sant Lluís, en una casa con jardín y piscina pero en el mismo pueblo. Una casa que le cubre perfectamente las necesidades actuales. Le gusta salir por la mañana a comprar, hablar con la gente y hacer todo aquello que pensaba que nunca haría. Este fue el encargo que nos transmitió cuando la conocimos.