Ciutadella invita a ser recorrida, una y otra vez, con la mirada solo abierta y contemplativa para que se produzca aquel pequeño milagro de descubrir que existen bellezas que nos son dadas sin esfuerzo aparente. Ciutadella, la ciudad pequeña a la que parece hacer referencia su nombre, nos corresponde con esta generosidad, con esta gratitud, que hacen que, aunque seamos de fuera, la sintamos nuestra, como si las imágenes y la vida que nos regala encontraran aquellos acordes íntimos con los que late nuestra propia alma.
La experiencia, renovada e inagotable, que nos ofrece Ciutadela tiene, sin embargo, algo indescifrable. Lo demuestra el hecho de que no nos cansemos de perdernos por el laberinto de sus calles para comprobar lo fácil que es vivir su belleza, y a la vez, lo difícil que es nombrarla con palabras que en vano podrían deshacer su misterio.
¿Qué tiene Ciutadella que nos atrapa en su red urbana? Diría, ante todo, que es una ciudad viva: una ciudad de personas que la aman, que la cuidan, que la saben, que la conocen, que pueden explicar detalles extraídos de la memoria oral o de las lecturas más personales, que incluso pueden reconocer los ecos de las palabras de sus escritores.
Seguramente, por eso, los edificios– desde la casa más humilde al palacio más noble; desde la pequeña iglesia del santo Cristo a la Catedral, desde el callejón más estrecho a la plaza del Born, se integran en la vida colectiva.
(Texte extraído de Menorca 100×100 escrito por Josefina Salord Ripoll)